Foto y texto: EVE GIL
Desde mi muy personal punto de vista, El viajero del siglo, de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), es la mejor de cuántas han ganado el Premio Alfaguara de Novela, desde Caracol Beach, de Eliseo Alberto, y Margarita está linda la mar, de Sergio Ramírez, que compartieron premio en 1998, hasta la inmediatamente anterior, Chiquita, de Antonio Orlando Rodríguez, lo que ya es mucho, mucho decir. Naturalmente, no le hago saber al entrevistado mi modesta opinión, ni siquiera se la insinúo… pero El viajero del siglo es, para empezar, una novela rabiosamente actual, aunque esté ambientada en la Alemania del siglo XIX y, por su originalidad, destinada a ser un clásico. Así entonces, Roberto Bolaño no exageró cuando dijo “La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”.
Y si bien Neuman reconoce su deuda estilística con Bolaño, a quien considera –dicho en términos absolutamente elogiosos- la “prótesis” de Borges, a quien lo único que le faltaba para ser perfecto era ese ingrediente canalla que caracteriza al inolvidable chileno: “Aparentemente; esta novela es muy distinta a las de Bolaño… lo bolañiano, en este caso, sería la relación entre erótica y libresca de Hans, el protagonista, y Sophie, y es que si bien está presente, como en las novelas de Bolaño, ese elemento libresco que abunda en la Borges, este era bastante asexuado y Bolaño detectó genialmente esa ausencia. Considero que los latinoamericanos hemos abusado un poco de la metaliteratura… ¡que la hay en este libro!, pero me propuse no abusar de la bibliografía y retomar la sana costumbre de darle prioridad a los personajes.”
Los personajes ocupan el primer lugar en las prioridades del novelista Neuman, quien dice tener más presentes a los grandes personajes que a las novelas mismas, “como el Julius de Bryce Echenique, que me parece un personaje adorable, pues aborda el clasismo de una manera que sigue siendo vigente en Perú y lo hace siendo idénticamente perverso e inocente. También pienso en Arturo Belano y Ulises Lima de Los detectives salvajes, ya que mencionamos a Bolaño… y estos son como Batman y Robín”, ríe.
Ese, precisamente, es uno de los elementos que el lector agradece a Neuman: los personajes de El viajero del siglo, ¡y qué personajes!, empezando por el joven Hans, que llega a la ¿ficticia? ciudad de Wanderburgo, Alemania, llevando a cuestas una maleta “llenas de muertos”, de la que no paran de salir los libros y que, a decir del propio Neuman, es una especie de Google portátil, “Hans es una especie de viajero anfibio con un pie en el siglo XIX y otro en el XXI, esto no es tan evidente, porque tampoco quise instalarlo en una nave (risas), pero eso sí, aquí hay mucha carne, mucha fisiología.
El personaje femenino más notable de la novela, que sin duda fascinará a la más exigente feminista pero también a la más romántica lectora, es Sophie Gottlieb, una especie de juvenil Madame de Stäel, si bien, afirma Neuman, se inspiró un poco más en la madre de Schopenhauer, una intelectual notable de la Alemania de Goethe que abrió las puertas de su casa para recibir intelectuales y artistas. Su casa se volvió tan popular que figuraba en las guías turísticas de Weimar: “No es casualidad que Sophie sea feminista, porque el XIX es el siglo en que empezó el feminismo. Es una especie de subversiva que destroza alegremente a todos los clásicos, muy especialmente a su contemporáneo, Shopenhauer. Madame de Stäel es una referencia obligada porque fue la encargada de explicarle Alemania a los franceses, puso a dialogar ambas culturas. Sophie tiene también algo de Frankenstein femenino, porque en ella confluyen todas esas mujeres talentosas de su tiempo: las ya citadas de Stäel y Schopenhauer, pero también Mary Wollstoncraft y su hija Mary Shelley, creadora, por cierto, de Frankenstein.”
En tercer lugar podríamos citar al organillero, un sabio callejero, acompañado de su fiel perro Franz –otro personaje adorable-, que sirve de contraparte entre la formación que Hans recibe en la casa de Sophie y la que se obtiene en la calle. Así entonces, mientras en la residencia de muebles anticuados pero suntuosos de los Gottlieb se discute sobre filosofía y poética, que en la época eran básicamente lo mismo, con el organillero conversa, entre otras cosas, sobre la vida y las mujeres, nótese esta frase excelsa: “(…) Así son las cosas, ¿no?, cuanto menos amor les ponga más parecidas se vuelven. Es como las historias, aunque todos los conozcan, si las cuentas con amor, no sé, parecen nuevas…” (p. 51)
Neuman describe El viajero del siglo como “una especie de zapping”, en la que conviven alegremente la novela gótica, el folletín romántico, el tratado filosófico y la metaficción. Sus novelas anteriores, que transcurren en Argentina, como Bariloche y Una vez Argentina, nada tienen que ver con esta, altamente ambiciosa. Y es que esta generación de escritores –nacidos en los 70- dice Neuman, se caracteriza por su multiplicidad de intereses. Lo único que tendrían en común, en todo caso, es que la mayoría escriben narrativa pero también poesía, cuando en tiempos de boom era inconcebible conciliar ambos géneros: Él mismo es autor de un poemario titulado Década y ha sido acreedor al importante Premio Hiperión de Poesía. “Otra cosa en la que nos parecemos –agrega Neuman- es en nuestro interés por la política. Casi todos somos izquierdosos desencantados y sentimos alergia por los discursos mesiánicos de esa misma izquierda… pero no dejamos de considerarnos de izquierda.”
Desde mi muy personal punto de vista, El viajero del siglo, de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), es la mejor de cuántas han ganado el Premio Alfaguara de Novela, desde Caracol Beach, de Eliseo Alberto, y Margarita está linda la mar, de Sergio Ramírez, que compartieron premio en 1998, hasta la inmediatamente anterior, Chiquita, de Antonio Orlando Rodríguez, lo que ya es mucho, mucho decir. Naturalmente, no le hago saber al entrevistado mi modesta opinión, ni siquiera se la insinúo… pero El viajero del siglo es, para empezar, una novela rabiosamente actual, aunque esté ambientada en la Alemania del siglo XIX y, por su originalidad, destinada a ser un clásico. Así entonces, Roberto Bolaño no exageró cuando dijo “La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”.
Y si bien Neuman reconoce su deuda estilística con Bolaño, a quien considera –dicho en términos absolutamente elogiosos- la “prótesis” de Borges, a quien lo único que le faltaba para ser perfecto era ese ingrediente canalla que caracteriza al inolvidable chileno: “Aparentemente; esta novela es muy distinta a las de Bolaño… lo bolañiano, en este caso, sería la relación entre erótica y libresca de Hans, el protagonista, y Sophie, y es que si bien está presente, como en las novelas de Bolaño, ese elemento libresco que abunda en la Borges, este era bastante asexuado y Bolaño detectó genialmente esa ausencia. Considero que los latinoamericanos hemos abusado un poco de la metaliteratura… ¡que la hay en este libro!, pero me propuse no abusar de la bibliografía y retomar la sana costumbre de darle prioridad a los personajes.”
Los personajes ocupan el primer lugar en las prioridades del novelista Neuman, quien dice tener más presentes a los grandes personajes que a las novelas mismas, “como el Julius de Bryce Echenique, que me parece un personaje adorable, pues aborda el clasismo de una manera que sigue siendo vigente en Perú y lo hace siendo idénticamente perverso e inocente. También pienso en Arturo Belano y Ulises Lima de Los detectives salvajes, ya que mencionamos a Bolaño… y estos son como Batman y Robín”, ríe.
Ese, precisamente, es uno de los elementos que el lector agradece a Neuman: los personajes de El viajero del siglo, ¡y qué personajes!, empezando por el joven Hans, que llega a la ¿ficticia? ciudad de Wanderburgo, Alemania, llevando a cuestas una maleta “llenas de muertos”, de la que no paran de salir los libros y que, a decir del propio Neuman, es una especie de Google portátil, “Hans es una especie de viajero anfibio con un pie en el siglo XIX y otro en el XXI, esto no es tan evidente, porque tampoco quise instalarlo en una nave (risas), pero eso sí, aquí hay mucha carne, mucha fisiología.
El personaje femenino más notable de la novela, que sin duda fascinará a la más exigente feminista pero también a la más romántica lectora, es Sophie Gottlieb, una especie de juvenil Madame de Stäel, si bien, afirma Neuman, se inspiró un poco más en la madre de Schopenhauer, una intelectual notable de la Alemania de Goethe que abrió las puertas de su casa para recibir intelectuales y artistas. Su casa se volvió tan popular que figuraba en las guías turísticas de Weimar: “No es casualidad que Sophie sea feminista, porque el XIX es el siglo en que empezó el feminismo. Es una especie de subversiva que destroza alegremente a todos los clásicos, muy especialmente a su contemporáneo, Shopenhauer. Madame de Stäel es una referencia obligada porque fue la encargada de explicarle Alemania a los franceses, puso a dialogar ambas culturas. Sophie tiene también algo de Frankenstein femenino, porque en ella confluyen todas esas mujeres talentosas de su tiempo: las ya citadas de Stäel y Schopenhauer, pero también Mary Wollstoncraft y su hija Mary Shelley, creadora, por cierto, de Frankenstein.”
En tercer lugar podríamos citar al organillero, un sabio callejero, acompañado de su fiel perro Franz –otro personaje adorable-, que sirve de contraparte entre la formación que Hans recibe en la casa de Sophie y la que se obtiene en la calle. Así entonces, mientras en la residencia de muebles anticuados pero suntuosos de los Gottlieb se discute sobre filosofía y poética, que en la época eran básicamente lo mismo, con el organillero conversa, entre otras cosas, sobre la vida y las mujeres, nótese esta frase excelsa: “(…) Así son las cosas, ¿no?, cuanto menos amor les ponga más parecidas se vuelven. Es como las historias, aunque todos los conozcan, si las cuentas con amor, no sé, parecen nuevas…” (p. 51)
Neuman describe El viajero del siglo como “una especie de zapping”, en la que conviven alegremente la novela gótica, el folletín romántico, el tratado filosófico y la metaficción. Sus novelas anteriores, que transcurren en Argentina, como Bariloche y Una vez Argentina, nada tienen que ver con esta, altamente ambiciosa. Y es que esta generación de escritores –nacidos en los 70- dice Neuman, se caracteriza por su multiplicidad de intereses. Lo único que tendrían en común, en todo caso, es que la mayoría escriben narrativa pero también poesía, cuando en tiempos de boom era inconcebible conciliar ambos géneros: Él mismo es autor de un poemario titulado Década y ha sido acreedor al importante Premio Hiperión de Poesía. “Otra cosa en la que nos parecemos –agrega Neuman- es en nuestro interés por la política. Casi todos somos izquierdosos desencantados y sentimos alergia por los discursos mesiánicos de esa misma izquierda… pero no dejamos de considerarnos de izquierda.”
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