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Diana Lein: "En el cine se paga caro "cagarla"

Por: EVE GIL

Mi primer acercamiento al talento histriónico de Diana Lein fue auditivo. En el programa radiofónico que conducía su madre, la sexóloga Anabel Ochoa (qepd), programaron el parlamento grabado de Diana en la obra Los monólogos de la vagina, de Eve Ensler, donde da voz a una joven de Kosovo violada durante la guerra y, al cabo de diez minutos, un nudo de lágrimas en la garganta me exigía darle cauce: “El monólogo que me toca hacer está basada en la entrevista de una muchacha de Kosovo que, después de la guerra, queda en estado medio psicótico y alterna estas dos voces, una angelical donde habla de su vagina y del agua, y otra donde describe la violación, y nadie escapa de ella: todo mundo llora con este monólogo”, señala Diana Lein, quien representa también la parte mejor conocida como “los gemidos”
Diana Landaluce Ochoa, nació en Bilbao el 22 de agosto de 1976 y desde los doce años radica en México. Llegó, no obstante, con experiencia en la actuación pues en su país natal intervino en un cortometraje titulado El baile, a los once años de edad. Su voz, que fue lo primero que conocí de ella, es impresionante… no menos que la propia Diana, hecha a la medida de esa voz gravísima y aterciopelada: alta y extremadamente delgada, para nada frágil: posee los rotundos pómulos de una modelo y unos rasgos fuera de lo común que remiten a un felino, lo mismo que su forma de mover unas manos grandes y expresivas. Cursó la carrera de psicología en la UNAM, y si bien no ha ejercido como tal, ha sabido aplicar este conocimiento a su actividad artística: “En mi casa me exigieron estudiar una carrera alterna a la actuación. Apenas terminada la carrera seguí actuando. Fue una de las mejores decisiones que tomé en la vida, aunque nunca me dediqué de lleno a la psicología.”
Apenas llegar a México, Diana se aplicó a tomar cursos de actuación en el CUC e hizo su debut en teatro a los catorce años, junto a alumnos de Juan José Gurrola. Desde ese momento, se consagró a los escenarios, según sus propias palabras, en un plan bastante underground, de manera que cuando llego a psicología ya era actriz y se dedicaba a eso.
Aquella primera obra se titulaba Panterases, basada en textos de Cummings, Baudelaire, Pond y Bukowski, nada menos, dirigida por David Hevia, alumno del propio Gurrola. Inmediatamente después intervino en Baal, de Bertold Brecht, bajo la dirección de José Luis Cruz. El año pasado realizó un pequeño papel en la telenovela Juan Querendón y otro más en la serie Terminales y condujo un programa cultural en Canal 22 titulado Arteria: “Con el tiempo se va uno despejando de prejuicios absurdos y no se clava tanto con la idea de hacer solo teatro y cine- declara Diana-. Disfruté muchísimo hacer televisión, que te da una proyección muy interesante y te permite elegir otro tipo de papeles, aunque, claro, tiene que gustarme el proyecto.”
Sin embargo, lo que despertó mi interés en entrevistar a esta joven actriz, fue su protagónico en una desconcertante película, destinada a convertirse en material de culto, un poco a la manera de Santa sangre, de Jodorovsky: Adán y Eva (todavía), de Iván Ávila Dueñas –con quien Diana ya había trabajado en el cortometraje Tríptico (2001), donde se parte de la premisa de que los personajes bíblicos comieron del árbol de la inmortalidad y han llegado hasta nuestros días, jóvenes en apariencia pero asqueados del mundo y de la historia: resignados. Diana, naturalmente, interpreta a Eva, mientras que Adán es interpretado por el actor brasileño Junior Paulino, su pareja en la vida real, al momento de filmar esta película, en 2004.“Afortunadamente conté con la ayuda de Iván Ávila, el director, que siempre lleva a cabo un trabajo de personajes maravillosos –señala Diana, visiblemente emocionada al rememorar aquella época-. Trabajamos el personaje durante tres meses. Nos dejaba pequeñas tareas: dar largas caminatas diariamente –pues es lo que los personajes hacen-; desarrollar una cierta cualidad de que la gente sienta confianza de contarles las cosas… Eva y Adán se dedican a escuchar a la gente, ante todo. Como me tenía que pasar la mitad de la película cortando figuritas, tuve que hacer lo mismo en mi vida cotidiana… ah, también escuchar el radio, como hace Eva.”
Lo más complicado, sin embargo, fue quitarse de la mente las representaciones pre-existentes de los protagonistas del Génesis y convertirlos en seres humanos: “Fue muy fuerte porque Iván nunca quiso enseñarnos el guión. Trabajamos mucho los personajes pero no sabíamos que iba a tomar el director de lo que habíamos trabajado, ni en que orden. Lo que él quería evitar, ante todo, era que representáramos: quería vivencia y que estuviera fresco y en el instante. Considero que lo logró, y muy bien. Pero fue muy fuerte porque había que estar “al tiro” en el set: no había lugar para equivocaciones pues teníamos muy poco material y muy poco tiempo. Toda la parte de México, que es el 80%, la filmamos en dos semanas, lo que significa 16, 17 horas de trabajo. Teníamos una o dos tomas para resolverlo. Si en una toma se había equivocado fotografía o sonido, quedaba solo una toma. Son planos secuencia, escenas de dos, tres minutos donde además Iván tiene todo un trabajo con la cámara, que llega tres segundos tarde a las acciones. ¡En el cine se paga caro cagarla! Era una cuestión técnica muy precisa, pero conté con toda su ayuda en los sentidos moral, espiritual e intelectual. Fue una interacción muy intensa entre actores y dirección y gracias a eso se logró.”
Siendo pareja, Junior y Diana tenían prohibido hablar del trabajo en casa: “Casi no hablábamos entre nosotros, como les ocurre a Adán y a Eva en la película. Creamos una barrera rara, algo bastante fuerte para nosotros pero finalmente maravilloso. Quince horas en un set donde no hay prácticamente una toma de descanso. Una de las premisas de Iván era que los humanos hablamos de más: de ahí el silencio. Eva y Adán solo hablan para ponerse de acuerdo sobre algo concreto. Después de miles de años juntos, ¿qué les queda por decir?, a lo sumo queda una comprensión más allá del otro.” Todo esto contribuye a crear el efecto de sopor y automatismo que caracteriza a los resignados protagonistas, entregados a una rara forma de prostitución para sobrevivir en la ciudad más grande del mundo.
Se observa asimismo una inversión de los roles sociales ya no tan rara en Occidente, pero todavía inusual en la sociedad mexicana: Adán es quien cocina y sirve a una Eva inmersa en enigmáticos pensamientos: “Iván quería también hablar de la pareja contemporánea y ésta ha jugado con esos roles de una manera a las generaciones anteriores. Lo masculino y lo femenino para Adán y Eva no está depositado en lo que hacen, porque son los originales y no es necesario demostrar lo que está ahí.”
La música juega un importante papel para realzar la agonía interior de los personajes: mientras Eva recorta figuritas de papel para mitigar el hastío tras la partida de Adán, se escucha como fondo una canción de Angélica María: “Eso es muy curioso en el cine, porque en el teatro el actor es epicentro de lo que sucede, mientras que en el cine somos parte de una maquinaria inmensa y hay una parte que sale de nuestro control pues tiene que ver con la visión del director, con la edición y con la música que otorgan un plus a tu trabajo. Aunque había cierta música que yo escuchaba para trabajar el personaje, a lo mejor no eran concretamente canciones de Angélica María y eso le dio un tono o matiz a la escena que no tenía cuando estaba filmada en silencio. El resultado final no depende de uno, sino de la visión del director, y eso es maravilloso.”
Adán y Eva (todavía) se promovió como “Una de las más audaces del cine mexicano contemporáneo”. En efecto, presenta escenas sexuales que pudieran resultar crudas pero que palidecen ante la intensidad del drama planteado: Adán y Eva, los protagonistas, tienen libre albedrío, como cualquiera de nosotros… pero están cansados, aburridos, para ser exactos. Han visto, escuchado y hecho de todo, nada los asusta ni conmueve, y si bien el hastío los lleva a separarse, tarde o temprano se reencuentran en las más insólitas circunstancias y en escenarios distintos: la ciudad de México y Buenos Aires.
“Me sentía muy mal mientras filmaba, fue muy doloroso-confiesa Diana-. Fueron días muy pesados. Terminábamos llorando, Iván también: se remueven cosas muy fuertes cuando hablas de la sexualidad en el plano en que trabajan estos personajes… y de la soledad y del hastío, que a fin de cuentas es el tema central de la película, lo que nos pega a todos: esta imposibilidad de comunicarse con el otro y pensar que nada hay nuevo bajo el sol que pueda motivarte.”
Diana declara sin remilgos que le encanta el buen sexo en el cine, aunque realizar estas escenas no sea precisamente placentero: “No acabo de entender cuando escucho a los compañeros decir que el desnudo tiene que estar justificado. Creo que venimos arrastrando del cine de ficheras, donde había que desnudarse para vender la película. Para mí tiene sentido en tanto tener un guión: si me gusta, no tengo límites. Donde se juegan cuerpos suceden cosas bastante interesantes, en el orden del deseo sobre todo. Ver esas escenas es duro, hacerlas… no tanto.”
Al respecto, la propia Diana escribe en un artículo recientemente publicado en una revista de cine: “Sigue pareciéndome increíble, después de haber hecho algunas escenas de sexo, que de verdad pueda verse erótico algo que en la mayoría de los casos, es totalmente técnico. El panorama va más o menos así: unos segundos antes de decir -acción- suele haber un técnico midiendo la luz, que, como mínimo va en una teta. Si el crew está relajado, hace bromas. Mientras una ahí, en pelotas, trata de atender con naturalidad a las indicaciones del director y revisar que te sepas todas las marcas y que, cojas como cojas, tu mano o tu pie no pueden salirse de un límite determinado… he ahí la magia del cine.”
Recientemente, Diana Lein actuó en la obra Homicidas gourmets, escrita y dirigida por Edgar Álvarez, donde compartió créditos con María Renée Prudencio y Mariana Gajá. Prestó su inquietante voz para el personaje de una diosa, interpretado por Giovanna Zacarías, en la película Rabioso sol, rabioso cielo, dirigida por Julián Hernández, recientemente estrenada en Berlinale y co-dirigirá un documental con Laura Pino, egresada del CUEC: “Haré entrevistas en un psiquiátrico y eso me emociona porque uniré mis dos pasiones.” Por el momento alterna su participación en Los monólogos de la vagina con Confesiones de mujeres de 30, donde incursiona en la comedia.
Adán y Eva (todavía), tráiler

1 comentario:

DORA MORO dijo...

Gracias por visitarme, por aquí andaremos.