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¡Por culpa de Candela!

Por: EVE GIL

“Ella sin dudas será consultada a la hora de escribir la verdadera historia de la Cuba de hoy”, afirma Ena Columbié, editora de Ediciones Entreoíos, en el epílogo de ¡Por culpa de Candela!, el más reciente libro de relatos de Teresa Dovalpage, nacida en La Habana en 1966 y doctorada en literatura latinoamericana por la Universidad de Nuevo México, ciudad donde actualmente reside.
Teresa es, considero, una de las más importantes autoras jóvenes de Cuba. Pienso, concretamente, en ella y en Wendy Guerra, con quien guarda más de una semejanza y otras tantas diferencias. Si bien Wendy narra a Cuba desde la isla misma, no puede decirse que Teresa, aún radicando en los Estados Unidos, perciba esta a la distancia y es precisamente en lo que pareciera la diferencia decisiva entre ambas autoras donde advierto el verdadero punto de convergencia, porque Cuba palpita en la prosa de Teresa como si nunca hubiera dejado de estar ahí. Se me ocurre que, como Ángeles, la protagonista del relato “De cómo el espíritu de mi tía- tatarabuela se fue de Nueva York”, el espíritu de la escritora abandona su cuerpo por las noches para dedicarse a errar por la isla que la vio nació y donde transcurrió su infancia y adolescencia. No es mera nostalgia: Teresa se transporta en el tiempo y en el espacio mientras escribe y, por consiguiente, traslada al lector junto con ella, en una suerte de viaje astral ambientado con canciones de Celia Cruz. Según se advierte en el relato que abre el libro, asimismo titulado “Por culpa de Candela”, es muy propio de los emigrados cubanos llevarse la isla con ellos; hurtársela, como a un anillo en su estuche o una lámpara Tiffany, últimos vestigios de riqueza a los que las familias de la isla se aferran como a un salvavidas en medio del naufragio.
Los relatos incluidos en ¡Por culpa de Candela!, reúnen dos particularidades que difícilmente tienden a armonizar: la hilaridad y la tragedia. Más allá de la picaresca, de la que se advierten reminiscencias en la prosa de Teresa, expone situaciones que resultarían inadmisibles narradas bajo otra óptica: abuso de confianza, venganzas femeninas, niños violados, y lo asombroso es que nos mueve a la carcajada sin recurrir más que a sus dotes de prestigiadora del lenguaje, sin recurrir a lo grotesco. Su tono parece decir: es normal que estas ocurran aquí, y así es la vida. Así entonces, entre un aborto y una paliza; entre una rumbera de la tercera edad que inicia sexualmente a un adolescente gringo y un niñito que se masturba contemplando en retrato de su abuela cuando era joven, no resultan ajenos los elementos mágicos y fantásticos, batidillo que se plantea también como parte de la cotidianidad cubana.
Teresa Dovalpage afirma que odia la política, sin embargo resulta imposible abordar Cuba y no caer en esas aguas pantanosas, que ella maneja como todos los demás, como algo cotidiano. Imposible no hablar de la experiencia en Cuba sin asociarla con las barbas de Fidel: “(…) la Navidad fue desterrada por contrarrevolucionaria, el pavo por burgués y el champagne por materialista (…)” (“Del primer objeto de su lujuria”, p. 95). Pero no importa lo que escriba Teresa, ni que tan terrible sea: inevitablemente sale a relucir la ternura hacia los niños que se resisten a perder la inocencia, no importando cuántas veces se les golpee, se les inyecte y se les viole. La inocencia de Teófilo y Maricari, nada menos que los protagonistas adultos de la novela Muerte de un murciano en La Habana, con la que Teresa resultara finalista del premio Herralde de novela, publicada en Anagrama en 2006, es su mayor acto de rebeldía contra la lujuria anómala de Papá Pipón. En un mundo donde los antivalores se cultivan por necesidad, por sobrevivencia, la lealtad de la negrita Katiuska hacia su amiga la gorda, que se va de “gusana”, por ejemplo, es susceptible de convertirse en crimen.
La familiaridad de Teresa con lo mexicano sale a relucir en varios de sus relatos, como el de la indita zapoteca que, al ser adoptada por unos cubanos desde bebé, se reencuentra con sus raíces de forma poco amable –“Cubanoteca”-, o aquel en el que una joven afectada por la lectura de la obra de Elena Garro opta por matar al marido maltratador –“Con Elena en la corte”-, aunque en todo momento su principal objetivo es poner en entredicho los dogmas sociales y las prácticas derivadas de las mismas que generan actitudes misóginas, racistas y clasistas, tanto en Cuba, como en Estados Unidos y en México. Sin embargo, lo destacable será siempre la maestría con que Teresa Dovalpage juega con el lenguaje, haciéndolo, sin embargo, no como una mujer docta sino como una niña jugando con su popó, como la Maricari de “Adiós, San Anastasio”: asombrada, subversiva, maravillada, excitada… y apenas un poquito asqueada por el olor de la realidad.
Créanme, no es para nada exagerado que se le compare con Cabrera Infante, aunque yo insisto en decir que es la reencarnación femenina de Reynaldo Arenas, otro autor que cargo la Isla como una cicatriz y aún así fue capaz de celebrar la tragedia.

¡Por culpa de Candela!
Teresa Dovalpage
Floricanto Press, 2008
California, EUA

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