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De la influenza, la mecánica cuántica y el irredimible hábito de sobrevivir

Por: Oscar Mario Mendoza
En la foto: Reynoso, el del escupitajo...¿y luego por qué no nos quieren?

El mensaje, que alguien firmó con el seudónimo del “tlachicotón”, estaba ahí, en uno de esos foros del internet en México, rumiando la rabia que dejó el trato de apestados que dieron algunos chilenos al equipo mexicano de las Chivas, y decía: “Por pendejos por pendejos por pendejos por pendejos por pendejos. Chinguen a su madre todos chinguen a su madre todos chinguen a su madre todos. Hijos de su reputa madre hijos de su reputa madre hijos de su reputa madre. ¿Hasta donde (sic) nos lleva este puto gobierno?…” And so on. Ah, y si vieran la hebra de respuestas que produjo la airada invectiva, verían tanto la vena del nacionalismo y del chauvinismo a ultranza, como la de la xenofobia más ramplona, aunque con uno que otro lamento, oh ingratitud de las ingratitudes, rememorando las antiguas glorias de México, cuando, generoso y solidario, abría sus puertas de par en par, a los perseguidos políticos de todo el mundo y a los refugiados de toda índole, chilenos entre ellos. “Entonces nos respetaban”, se leía.

Pero cualquiera que sea el motivo de la exaltación, por coraje, por impotencia o por frustración, a mí no me cabe ninguna duda de que, el exabrupto del “tlachicotón” expresa un estar “up to the mother” de que el mundo, propios y extraños, agarren siempre de su puerquito a los mexicanos; y en esta ocasión, a propósito de la influenza. Y quizás sea por este evidente acoso y estigma contra la raza, la razón por la cual esa furia rebelde, del que lleva un seudónimo que celebra un estado del mexicanísimo pulque, no sólo me simpatiza, sino que hasta llego a escuchar, en sus mentadas, resonancias épicas que nos redimen.

Y digan si no, cuando conozcan lo que pasó en otras latitudes del hemisferio norte, en la ciudad de Inglewood, condado de Los Ángeles, donde se llevó a cabo un “town hall meeting” reuniendo a algunos de los candidatos que buscan un escaño en el congreso, en la próxima elección especial. Aclaro que para mí, y no creo estar solo en esta apreciación, nada es más revolvente ni repugnante que la retórica de los republicanos medrando con el sentimiento antiinmigrante. Pues bien, allí estaba, precisamente, uno de ellos. Nachum Shifren que, oportunista e irresponsablemente, arengaba en el recinto a los angry White and Black men, estos últimos de la camada de un Clarence Thomas o un Michael Steel, para que le ayudaran con su voto, a deshacerse de los peligrosos mexicanos que destruyen la salud, la educación, la moral y los vecindarios de los buenos estadunidense. Nada, pero nada nuevo en esa pinchi estrategia racista que explota el odio, excepto que ahora, los mexicanos ya no son más el chivo, sino el puerco expiatorio.

El asunto calienta no sólo porque el mensaje apela a lo más irracional, sino que además, porque día con día aparecen más datos de que México no es el lugar de origen del virus de la influenza en cuestión, y que, por el contrario, Estados Unidos pudiera cargar con tal etiqueta. Después de todo, la banca anglosajona ya tiene en su haber el sambenito de ser el principio de la actual hecatombe de la economía mundial. Bueno, volviendo al punto, ya padecía yo ese linchamiento discursivo del tal Shifren, con más sufrimiento que e l que me produce una gastritis al comer chile jalapeño, cuando unas imágenes salvadoras vinieron en mi auxilio. Imaginé, en vivo y a todo color, la figura vengadora del “tlachicotón” que, después de un nutrido discurso de mentadas progenitoriales, se abalanzaba hacia Nachum, como el Reynoso del Rebaño Sagrado contra el jugador argentino del Everton, soplando en el rostro del repub, millones de hipotéticas cargas del virus mortal y, acto seguido, luego de apuntar sus dilatadas fosas nasales contra las barbas y la cara del rabí candidato, le disparaba una ráfaga sostenida del moco letal.

Y santo remedio. Así fue como, en un santiamén, pasé de hervir en vinagre ajalapeñado a una risa tan ruidosa como anticlimática, que alarmó a mi compa, Mr. MacCoy, maestro de ciencias en el distrito escolar donde yo trabajo, y quien estaba sentado a mi lado en la susodicha reunión.

Mr. MacCoy es un espigado y carismático ser, de figura bonachona y quijotesca, con el cual suelo conversar sobre diferentes tópicos, tanto los relacionados con las ciencias duras como con las sociales. Pero el de la mecánica cuántica es el más recurrente. Aquí entre nos, y aunque el profesor no lo admita, tengo la impresión de que él repapalotea por la mística cuántica. Me lo dicen el entusiasmo con el que aborda las conexiones entre la conciencia y el cuanto, y la extravagante idea de que un acto de conciencia humana produce una perturbación cuántica que revolucionan la vida social y del universo entero. Yo no estoy muy seguro de lo que pasa en el mundo subatómico, pero sí sé que han sido los actos de conciencia expresados en los grandes pensadores, los que han avanzado la historia sobre la tierra. Como sea, a mí me fascina el hecho de que el comportamiento de lo más pequeño, dígase cuanto, desafíe las leyes que regulan la física clásica, de lo más grande.

Después de todo, esas fuerzas pequeñas son las que han estado transformando la vida social en las últimas décadas, desde el campo de las minorías marginalizadas, excluidas y perseguidas por las culturas dominantes. Las que Michel Foucalt identifica como centrales en la reflexión y la crítica de la razón contemporánea, alejada de los universales del pensamiento crítico tradicional. Fuerzas que han sido focalizadas en su capítulo sobre la micropolítica.

Y en México existen muchos movimientos en el cuanto social. Pero es evidente que el lópezobradorismo es el más eficiente de todos ellos, y el único capaz de revolucionar la vida de los más pequeños en la escala social. Aquéllos que sobrevivieron las pestes y calamidades de la conquista española. Los que no sucumbieron en las guerra de independencia, o las fratricidas de la reforma y la revolución. Los que resistieron las invasiones y se levantaron más vivos después de los grandes cataclismos, culturales o naturales. Los que crearon una nueva convivencia política y comunitaria en la ciudad de México, pasado el terremoto del 85. Los que van y vienen al norte, como hormigas, desafiando ríos, desiertos, climas extremosos, minutemen, migras miserables y racistas de todo cuño para conseguir el trabajo y el sustento que el gobierno reaccionario y sus corifeos no les proporcionan. Por el contrario, los peones del imperio se han encargado de desbaratar los lazos de las comunidades y el sistema de salud, dejando a los mexicanos prácticamente sin defensas ni protección, al recortar fondos a la educación, la ciencia y la tecnología, en beneficio de sus socios del extranjero.

Estoy a punto de concluir estas notas, y desde la ventana de mi apartamento veo que, sobre el techo de doble agua de la casa del vecino, dos palomas muy juntitas, recortadas por un cielo muy gris y muy nublado, se espulgan mutuamente con el pico, para librarse de la plaga de corucos. Mucho hay de gris y de nublado en el horizonte mexicano, pero como las palomas, los pequeños se sobrepondrán con el afecto y la ayuda mutua, y cuando, como el “tlachicotón”, manden al mal gobierno a la chingada.

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